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El silencio NO es oro: Enfrentando la homogeneización ideológica en la UCR.

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» Por María Lucía Arias Núñez – Estudiante de Ciencias Actuariales en la UCR

Mi nombre es Lucía Arias, y soy una estudiante defensora y promotora del pensamiento libre en la Universidad de Costa Rica. Desde mi perspectiva como activista de esta corriente de pensamiento, me veo en la necesidad de abordar un tema de suma importancia: el creciente fenómeno del adoctrinamiento ideológico que permea nuestras aulas, reprime la libertad de pensamiento y limita la libertad de expresión de los estudiantes.

Como estudiante, abogo por un enfoque de la educación basado en el respeto a la diversidad de ideas y la promoción del pensamiento crítico real. El liberalismo, en su esencia, defiende la libertad individual, la igualdad de oportunidades y la protección de los derechos fundamentales de cada persona. Creo firmemente en el derecho de cada individuo a expresar sus opiniones sin temor a represalias o discriminación, y en la importancia de cuestionar las ideas establecidas en busca de la verdad y el progreso.

En este contexto, me enfrento a diario a un entorno universitario que muchas veces, lejos de fomentar el debate abierto y la reflexión crítica, impone una única perspectiva ideológica sobre los estudiantes. Este ambiente coarta nuestra capacidad de pensar de manera independiente y nos coacciona a conformarnos con el discurso dominante, incluso cuando no compartimos sus premisas fundamentales.

Un ejemplo claro son los cursos de Humanidades, que son obligatorios para todos los estudiantes y se han convertido en un espacio de adoctrinamiento puro. Algunos catedráticos, con salarios de lujo, en lugar de servir como guías neutrales en el viaje del conocimiento, han asumido el papel de misioneros de ideologías colectivistas que por años han demostrado ser un fracaso. Se nos exige no solo asimilar sus creencias, sino también regurgitarlas en exámenes y ensayos, bajo la amenaza implícita de represalias académicas si osamos desafiar su visión del mundo.

La presión para conformarse con el pensamiento dominante se extiende más allá de las aulas. Los estudiantes somos vistos como herramientas políticas, utilizados en marchas y protestas que buscan perpetuar los privilegios de una élite académica aferrada a un modelo obsoleto y disfuncional. Nos vemos obligados a participar en movimientos que no representan nuestros intereses genuinos, sino los de aquellos que buscan mantener su poder y control sobre la institución educativa.

No todos los estudiantes compartimos posturas como el apoyo a la causa Palestina, el aborto libre y financiado por el Estado, o la ideología de género. Tampoco todos nosotros somos socialdemócratas, socialistas o comunistas. Sin embargo, a menudo se nos presiona a alinear nuestras opiniones con estas posturas predominantes, lo que limita nuestra capacidad de expresar nuestras verdaderas creencias.

Por lo que, la autocensura se ha convertido en una segunda naturaleza para muchos de nosotros. Tememos expresar nuestras opiniones honestas por miedo a represalias y ataques personales por parte de profesores y compañeros de clase que han internalizado la intolerancia hacia cualquier perspectiva que no se alinee con su ideología.

El verdadero propósito de la educación superior es cultivar mentes críticas y libres, no producir clones ideológicos que se conformen a una única visión del mundo. Es hora de liberarnos del yugo del adoctrinamiento y abrazar la riqueza que surge del intercambio genuino de ideas y perspectivas, donde la libertad de pensamiento sea valorada y protegida, no reprimida y censurada.

Como estudiantes, debemos rechazar cualquier intento de homogeneizar nuestro pensamiento y defender nuestra libertad de expresión y pensamiento. El silencio NO es oro en nuestra lucha por la libertad de pensamiento en las universidades públicas. No podemos permitir que el adoctrinamiento ideológico y la autocensura sigan limitando nuestra capacidad de expresarnos libremente y de pensar de manera independiente.

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